Como ya viene siendo costumbre, el pasado 17 de noviembre desde ARAPREM conmemoramos el Día Mundial del Perematuro como una gran familia.
Nos reunimos en la fuente de la Plaza de España, y entre reencuentros, abrazos, y mucha emoción, dedicamos un ratito a visibilizar a nuestros hijos: los que están y los que marcharon.
Este año nos acompañó Aramando Bastida en este día tan especial para nosotros. Aramadno es enfermero de pediatría, escritor del libro «Educar con sentido común», y padre de tres hijos, uno de ellos prematuro. Este es el manifiesto que Armando nos regaló para este momento especial:
MANIFIESTO DEL DÍA DEL PREMATURO 2018
¿Sabes ese día en que el test da positivo? Es ese día en el que te das cuenta de que nueve meses después tendrás a tu bebé en tus brazos. Un bebé rosadito y mofletón –cuánto daño ha hecho el cine haciendo pasar a bebés de 2 meses como recién nacidos-. Un bebé que pronto estará en casa haciéndoos la pareja más feliz del mundo, seguro.
¿Nueve meses? ¿O quizás ocho? ¿O quizás siete? ¿O quizás seis? Todo se desbarajusta cuando Bebé llega antes de tiempo. Y digo Bebé porque ¡muchas veces nace cuando aún no habéis elegido ni el nombre!
No es suficiente con el susto que te llevas al ver que ya estás dando a luz, al ver que todo llega antes de tiempo, que aún no estabais preparados para eso, que encima nada es como esperabas y si ya estabais verdes para un bebé a término, imaginad para uno prematuro.
La familia sorprendida, discutiendo porque mientras unos aseguran que es mejor que sea sietemesino otros consideran que sería mejor si fuera ochomesino, el silencio que se hace de pronto en la unidad de neonatos cuando llega la familia de ese bebé que no nació a los 8, ni a los 7: “Calla, que son los abuelos de Martín, el bebé que nació tan pequeño que cabía en la palma de una mano… que le tienen que ir dando cafeína porque hace apneas y los tiene a todos con el corazón en un puño… que no nos oigan hablar de nuestra Alba, que tuvo la suerte de nacer de 7 meses”.
Así hasta que pronto descubres que tampoco pasa nada si os contáis vuestras cosas, porque no es una competición. Que todos acaban siendo un equipo, incluso madres y padres, abuelos y abuelas, y que cada hito lo celebran todos, igual que cada susto les afecta también a todos.
En una dinámica parecida llegamos Miriam y yo, hace ahora 9 años, cuando Aran dijo que cerca de la semana 34 quería nacer. Lograron detener el parto.
Pero no las contracciones. Una semana entera con contracciones de parto cada 10 minutos, día y noche, hasta que Miriam dijo rendida que no podía más.
Nació Aran y se lo llevaron corriendo a una incubadora, porque pesaba “solo” 2 kilos. Nos parecía muy poco, pero mucho comparado con todos los compañeros de la Unidad de Neonatos del Hospital.
Madre mía… ¡si ni siquiera tenía culo!
En cuanto estuvo en la habitación, Miriam pidió un extractor de leche. Sabía, sentía, que quería tenerlo en brazos cuanto antes, y en su primera extracción consiguió sacar una gota de calostro. La atrapamos en un bote y corrí a neonatos con ella.
“Sé que no es mucho, pero si se lo podéis dar…”, dije iluso. Con media sonrisa me dijeron algo como “haremos lo que podamos para que le llegue”. Mi ilusión no me llevó a darme cuenta de que esa gota no saldría ni de la jeringa.
Sin poder tocarle aún, sabiendo que ni yo ni mamá podíamos tenerle en brazos, solo supe decirle “Tranquilo Aran, te vamos a querer tanto, tanto, mamá, Jon y yo, que recuperaremos el tiempo perdido”.
Llegó la noche, y el momento más duro para ella. Se quedó sola en su
habitación, ni con su bebé, ni con su niño, con quien yo dormía en casa. “No sabes lo vacía que me siento… terriblemente vacía”. Y llegaron las primeras lágrimas porque ella estaba totalmente dispuesta a cuidar, a sostener, pero no tenía a quién.
“Solo podéis venir cada 3 horas. Y por la noche ya le daremos nosotras el biberón”, nos decían. Conseguimos estar en todas las tomas menos en una.
Me iba más allá de las doce de la noche y volvía antes de la toma de las seis: era nuestro pequeño. Miriam pidió el alta: “Al menos que pueda seguir cuidando del mayor”.
Sacaleches en mano, empezó a sacarse leche como si no hubiera un mañana.
Llegué a pensar que quería darle su leche a todos los bebés de la unidad de neonatos, porque a Aran no le daba tiempo a comer tanto…
Y ahí estábamos… un montón de madres y padres canguro. Con los ojos agotados, pero cargados de esperanza, enamorándonos de nuestros peques por momentos, sintiendo cada respiración, la responsabilidad, el amor y engordando, nosotros, por momentos, al ver que sin saber mucho de lo que pasaba, éramos capaces, también, de cuidar.
Cada año nacen en el mundo 15 millones de bebés prematuros. 15 millones de bebés que vienen a luchar por salir adelante, en lo que se considera un gran problema de salud pública, la principal causa de defunción en los menores de cinco años y la responsable del 50% de la discapacidad en la infancia.
Cada vez sobreviven más y mejor, y esto es una gran noticia. Pero desde el primer momento llegan a un mundo que no se lo pondrá fácil, y con unos padres que se dan cuenta enseguida, y del modo más brusco posible, que tendrán que luchar mucho para salir adelante.
Ya no se mira con anhelo el día que te sonría, te dija “AJO”, aprenda a girarse o diga “Mamá” o “Papá”. Antes de eso llega una fecha mucho más importante: la del día en que por fin podáis iros a casa… ese día en el que sentirás esa extraña mezcla de felicidad y terror, de sentirte feliz pero incapaz, sin el abrigo de todos los profesionales, de los otros padres, de ese olor a hospital que ya se te había hecho hasta cotidiano…
Una fecha tan, tan importante, que no todos llegan a ella. Algunos se van a casa para no volver. Otros se van y aún tendrán que hacerse pruebas, intervenciones, terapias… que les ayude a sacar su máximo potencial y alcanzar el mayor nivel de salud posible. Y otros, no lo conseguirán. Y no hay un porqué. O sí: la naturaleza no es tan justa como creemos.
Hoy es 17 de noviembre, Día Mundial del Prematuro, y estamos todas y todos aquí, madres, padres, niñas, niños, familiares, para seguir haciendo visibles a todos esos pequeños que necesitan más tiempo, más cariño y más comprensión por parte de la sociedad, para que dentro de sus posibilidades, sean la mejor versión de sí mismos.
Y para recordarlos a todos y todas, los que están, los que se fueron y los que vendrán.
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